viernes, 25 de mayo de 2012

¡ ADIÓS CHAMETLA MÍO !

Un sincero homenaje a quienes se han ido para volver con la frente en alto y para los que todavía sueñan con Chametla y están allá. lejos de la familia y amigos...

Siempre he tenido miedo a la oscuridad, no a la oscuridad normal de las noches estrelladas o de las ciudades a media luz, no, a esa oscuridad no, porque se que la luz tenue que atraviesa las ventanas me da esperanza de claridad. A esa oscuridad nunca le he tenido miedo, a la que le temo es a la otra, a la oscuridad del encierro, no me gusta estar encerrado…
… Conseguí el dinero para pagar al “pollero”, tenia que dejar a mi esposa y a mis hijos, tenia que extrañar a mi madre y mis hermanos, pero al final se que el sacrificio iba recompensarme.
Esa mañana tan caliente como casi todas las mañanas de Sinaloa, me hacia sudar mas de lo normal, no tanto por el calor, creo que era mas bien por culpa de la próxima ausencia, el corazón me latía acelerado y mis manos temblaban, no quería decir adiós, porque muchos adioses se convierten en “jameses” cuando alguien se va pal otro lado…
Dije hasta pronto a mis amigos y en un abrazo grandote me lleve a la gente que amo, no quería deshacer el abrazo por no dejarlos escapar, pero lo hice porque tenía que secar mis lagrimas y portarme valiente para no hacerlos sufrir, abordé el camión que me llevaría a la frontera.
Ese día no pude acomodarme en el asiento, lo sentía incomodo, mas de lo normal, pero fue por culpa de la despedida, puse mi vista sobre el cristal de la ventanilla y la deje perderse en un infinito cielo azul con nubes grises, cuando llego la noche y el camión se detuvo en una terminal de paso -ya había parado otras veces pero no me di cuenta-, bajé con prisa al mingitorio y un hombre me sonrió con maldad en los ojos, quise ignorarlo pero no pude, era tanta mi rabia por lo que estaba viviendo que solo pensé en gritarle que no me viera o atacarlo y darle un par de patadas y salir huyendo para con ese pretexto conseguir un camión que me llevara de regreso.
Ya no podía dar marcha atrás, ya había gastado parte del dinero y si regresaba no podría pagarlo nunca, además estaba lo otro: la ilusión de trabajar y mandar dinero para comprar la casita que tanto anhelamos, o la de ayudar a mi madre con el gasto de sus medicinas. Me subí otra vez al camión sin procurar comida, no podía darme el lujo de gastar el dinero, todavía no sabia cuanto iba a ocupar aparte de lo del “pollero”, me vino a la mente el recuerdo de mi madre llorando, envolviendo unos tacos con chorizo y el de mi mujer poniéndome una coca cola en la bolsa de plástico, y las lagrimas aprovecharon para dejarse escapar con la intensión de inundar el espacio que me rodeaba, con mis manos temblorosas destapé la coca cola caliente y le di un mordisco al taco frio, las lagrimas le daban un sabor salado como de añoranza, como de tristeza, luego que engañé tantito al hambre, traté de acomodarme otra vez en el asiento y puse otra vez la vista en la noche que ya llegaba para distraerme con las luces de aquella ciudad desconocida, un rato después, el camión continuó su recorrido y las luces de los autos que pasaban me fueron hipnotizando a pausas hasta que casi a la media noche pude conciliar el sueño,  un sueño inquieto que me obligaba a abandonarlo por culpa de mis propios sollozos, de mi dolor y de mi arrepentimiento, pero ya no tenia razones para pensar en eso. Y aunque las tuviera…
Luego de treinta horas largas como la eternidad, el camión paró en Tijuana, cuando Salí de la terminal con mi morral al hombro, me abordó un hombre con cara de muchos amigos para ofrecerme cruzar al otro lado, nunca supe si el hombre era adivino o nomas me vio la cara de necesidad y pensó en mi, como en un “pollo” potencial. Lo ignoré aunque escuché su oferta, pero seguí caminando por las calles de una Tijuana  llena de perros y gente,  vi gente comiendo tacos de perro de tres por dólar y perros comiendo tacos de gente en la basura repleta de desperdicios. Un estremecimiento me hizo palidecer, sentí un frio de distancia muy doloroso, y un miedo de “para siempre” me hizo querer gritar y pedir consuelo, pero las miradas que encontraba a mi paso eran de indiferencia y las palabras nomas de conveniencia, no sabia que hacer: hubiera querido regresar el tiempo y no pensar en que existiría ese presente tan indeseado, o abrir mis alas imaginarias y volar de regreso a la pobreza y al hambre a los que estoy acostumbrado, pero de nuevo el remordimiento por destruir los sueños y planes tan deseados por los que amaba, me dieron valor para sacar fuerzas de mi cobardía, entonces decidí que tenia que intentarlo de una buena vez, no podía esperar mas tiempo, pues no tendría los medios para subsistir un día mas, así es que puse atención al primer individuo que se aproximó a mi, ofreciéndome hacer realidad el sueño de América…
En realidad no escuché, solo comprendí que el dinero que tenia era el justo que necesitaba para pagarle y dije que si, cerramos el trato pero no quise darle el dinero hasta que estuviera del otro lado, no me importaba en que parte pero necesitaba estar allá para pagarle, no supe como dije eso, el hombre me miro sorprendido y no le quedo otra que aceptar, porque quería que le pagara primero y nos viéramos mas tarde en un lugar que solo el conocía, sin embargo aceptó mi sugerencia porque me necesitaba para “acompletar” el viaje, me dejó seguirlo un par de cuadras y me invitó a entrar a un taller mecánico, lo seguí con los puños apretados dispuesto a defender mi dinero y mi integridad, ahí estaban tres hombres más, acompañados de una mujer rubia con un cigarro en los labios y una cara de puta vieja…
Me dieron indicaciones y me informaron de cómo nos acomodaríamos los dos pasajeros y los dos pollos bajo cada uno de los asientos del coche, no supe como quedarían los demás, yo solo me concentré en lo mío, abracé mi morral, me persigne y me hice bolas para acomodarme en aquel espacio tan reducido, tan oscuro y tan encerrado…
Tan oscuro… un miedo indescriptible se apodero de mi corazón, me acomode en posición fetal en el hueco bajo el asiento y entonces lo dejaron caer sobre mi, sentí como si en el instante en que se acomodo el asiento, mi alma abandonara mi cuerpo y me morí por un instante, porque pensé que no era el momento de morir para siempre, tenia muchos planes que realizar, muchos sueños que compartir.
Afuera se escuchaban las voces de la mujer y los hombres que la acompañaban, alguno de ellos viajarían con nosotros pero nunca entendí lo que decían ni comprendí lo que harían, yo solo cerré los ojos para no sentir la oscuridad y apreté los labios para no gritar. Sin embargo latía en mí la esperanza de que al salir de aquel lugar por algún hoyo o rendija se filtrara aunque sea un rayito de luz. Mientras ellos se ponían de acuerdo yo trataba de ponerme cómodo en aquel espacio tan infinitamente pequeño, tan abismalmente oscuro…
En tanto todo pasaba, los segundos parecieron hacerse mas largos y los minutos por consecuencia, eternos, di un suave toquido con mis nudillos en la pared que tenia enfrente mío, para llamar la atención de los de afuera, pero un golpe fuerte me hizo palidecer y decidí permanecer en silencio aunque la desesperación ya me empezaba a aprisionar, el calor de aquel lugar era muy parecido al de mi pueblo, pero este era un calor sofocante, ardiente, quemante, me estaba volviendo loco y todavía no nos movíamos del lugar. No se que tanto hablaban las gentes aquellas, pero no quise averiguarlo, por un momento pensé en el otro señor que se había metido en el asiento de adelante, quizá estaría experimentando algo parecido a lo que yo estaba viviendo, eso me dio un poco de consuelo, pero inmediatamente me arrepentí, porque me pareció injusto reconfortarme en el dolor de los demás, ¡Dios mío!
Quise dormir, -no morir- un sueño profundo para no sentir, quise soñar un sueño verdadero y no despertar nunca para no sufrir, pero estaba ahí despierto en un cajón como de muerto, oscuro, sin aire y pequeño… muy pequeño.
Quise moverme, pero recordé que no podía hacerlo, quise tragar una bocanada de aire pero la posición en que me encontraba no me lo permitió, quise llorar y mis lagrimas se confundieron con el sudor que escurría a mares sobre mi frente, los ojos me ardían y mi boca la sentí reseca, ¡Santo Dios!
Cuando pasaron los minutos que me parecieron interminables, sentí que alguien se sentó encima del cajón donde me encontraba, escuche claramente unas carcajadas y algunas palabras que parecían de despedida y suerte.
Entonces el carro se empezó a mover clarito sentí que iba en reversa, luego se acomodo y por fin la ilusión me hizo respirar tranquilo, aunque incomodo, ¡por fin vería algo de luz!
Puse atención a los sonidos, a lo lejos oí una mentada de madre, mas allá un claxon desesperado por mi lado izquierdo un niño que lloraba, y por todas partes el ruido de los motores de muchos vehículos.
Mi camisa estaba empapada, mi cabeza caliente, mis ansias locas y mi corazón a punto de salir por mi garganta. Quise pedir perdón por lo malo que pude haber sido, por haber ofendido a mis hijos si es que en algún momento los ofendí, quise gritar que iba a ser un mejor padre, un mejor hijo y un mejor esposo, pero mis palabras se convertían en bufidos, mi silencio en desesperación y mis recuerdos en llanto, un llanto silencioso y doloroso, que me empezaba a asfixiar, por momentos pensé que no soportaría el viaje, y desee sinceramente que al llegar a la línea de cruce, nos descubrieran y nos devolvieran a nuestras casas, pero también casi de inmediato pensé que no, porque no tendría cara para regresar sin intentarlo, como un fracasado mas de lo que ya lo era.
Sentí que el vehículo se detuvo, trate de adivinar en donde estábamos pero me resulto imposible porque no conocía el lugar, pero por los ruidos provenientes de afuera me pude dar una idea de los que ocurría. Era un cantina, si, era una cantina porque dos hombres discutían, seguramente en la banqueta, pero una mujer le pego en la cabeza a uno de ellos y corrió junto con el otro, un par de perros los perseguían y al otro pobre borracho lo levanto una patrulla y se lo llevó, el policía lo revisó y se quedó con su cartera, otro señor que estaba ahí parado se dio cuenta pero no dijo nada para no meterse en problemas, dio media vuelta y se metió en la cantina, se sentó en la barra y pidió otra cerveza de las mismas, ya no pude oír mas porque el coche se movió hacia delante, iba muy despacio y yo aproveché para distraerme con lo que ocurría afuera porque no quería recordar que estaba encerrado…
¡Encerrado! ¡santo Dios estoy encerrado!
Siempre he tenido miedo a la oscuridad, no a la oscuridad normal de las noches estrelladas o de las ciudades a media luz, no, a esa oscuridad no, porque sé que la luz tenue que atraviesa las ventanas me da esperanza de claridad. A esa oscuridad nunca le he tenido miedo, a la que le temo es a la otra, a la oscuridad del encierro, no me gusta estar encerrado…

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