Un sincero homenaje a quienes se han ido para volver con la frente en alto y para los que todavía sueñan con Chametla y están allá. lejos de la familia y amigos...
Siempre
he tenido miedo a la oscuridad, no a la oscuridad normal de las noches
estrelladas o de las ciudades a media luz, no, a esa oscuridad no, porque se
que la luz tenue que atraviesa las ventanas me da esperanza de claridad. A esa
oscuridad nunca le he tenido miedo, a la que le temo es a la otra, a la
oscuridad del encierro, no me gusta estar encerrado…
… Conseguí el dinero para pagar al “pollero”,
tenia que dejar a mi esposa y a mis hijos, tenia que extrañar a mi madre y mis hermanos,
pero al final se que el sacrificio iba recompensarme.
Esa mañana tan caliente como casi todas las
mañanas de Sinaloa, me hacia sudar mas de lo normal, no tanto por el calor,
creo que era mas bien por culpa de la próxima ausencia, el corazón me latía
acelerado y mis manos temblaban, no quería decir adiós, porque muchos adioses
se convierten en “jameses” cuando alguien se va pal otro lado…
Dije hasta pronto a mis amigos y en un abrazo
grandote me lleve a la gente que amo, no quería deshacer el abrazo por no
dejarlos escapar, pero lo hice porque tenía que secar mis lagrimas y portarme
valiente para no hacerlos sufrir, abordé el camión que me llevaría a la
frontera.
Ese día no pude acomodarme en el asiento, lo
sentía incomodo, mas de lo normal, pero fue por culpa de la despedida, puse mi
vista sobre el cristal de la ventanilla y la deje perderse en un infinito cielo
azul con nubes grises, cuando llego la noche y el camión se detuvo en una
terminal de paso -ya había parado otras veces pero no me di cuenta-, bajé con
prisa al mingitorio y un hombre me sonrió con maldad en los ojos, quise
ignorarlo pero no pude, era tanta mi rabia por lo que estaba viviendo que solo
pensé en gritarle que no me viera o atacarlo y darle un par de patadas y salir
huyendo para con ese pretexto conseguir un camión que me llevara de regreso.
Ya no podía dar marcha atrás, ya había gastado
parte del dinero y si regresaba no podría pagarlo nunca, además estaba lo otro:
la ilusión de trabajar y mandar dinero para comprar la casita que tanto
anhelamos, o la de ayudar a mi madre con el gasto de sus medicinas. Me subí
otra vez al camión sin procurar comida, no podía darme el lujo de gastar el
dinero, todavía no sabia cuanto iba a ocupar aparte de lo del “pollero”, me
vino a la mente el recuerdo de mi madre llorando, envolviendo unos tacos con
chorizo y el de mi mujer poniéndome una coca cola en la bolsa de plástico, y
las lagrimas aprovecharon para dejarse escapar con la intensión de inundar el
espacio que me rodeaba, con mis manos temblorosas destapé la coca cola caliente
y le di un mordisco al taco frio, las lagrimas le daban un sabor salado como de
añoranza, como de tristeza, luego que engañé tantito al hambre, traté de
acomodarme otra vez en el asiento y puse otra vez la vista en la noche que ya
llegaba para distraerme con las luces de aquella ciudad desconocida, un rato
después, el camión continuó su recorrido y las luces de los autos que pasaban
me fueron hipnotizando a pausas hasta que casi a la media noche pude conciliar
el sueño, un sueño inquieto que me
obligaba a abandonarlo por culpa de mis propios sollozos, de mi dolor y de mi
arrepentimiento, pero ya no tenia razones para pensar en eso. Y aunque las
tuviera…
Luego de treinta horas largas como la
eternidad, el camión paró en Tijuana, cuando Salí de la terminal con mi morral
al hombro, me abordó un hombre con cara de muchos amigos para ofrecerme cruzar
al otro lado, nunca supe si el hombre era adivino o nomas me vio la cara de
necesidad y pensó en mi, como en un “pollo” potencial. Lo ignoré aunque escuché
su oferta, pero seguí caminando por las calles de una Tijuana llena de perros y gente, vi gente comiendo tacos de perro de tres por
dólar y perros comiendo tacos de gente en la basura repleta de desperdicios. Un
estremecimiento me hizo palidecer, sentí un frio de distancia muy doloroso, y
un miedo de “para siempre” me hizo querer gritar y pedir consuelo, pero las
miradas que encontraba a mi paso eran de indiferencia y las palabras nomas de
conveniencia, no sabia que hacer: hubiera querido regresar el tiempo y no
pensar en que existiría ese presente tan indeseado, o abrir mis alas
imaginarias y volar de regreso a la pobreza y al hambre a los que estoy
acostumbrado, pero de nuevo el remordimiento por destruir los sueños y planes
tan deseados por los que amaba, me dieron valor para sacar fuerzas de mi cobardía,
entonces decidí que tenia que intentarlo de una buena vez, no podía esperar mas
tiempo, pues no tendría los medios para subsistir un día mas, así es que puse
atención al primer individuo que se aproximó a mi, ofreciéndome hacer realidad
el sueño de América…
En realidad no escuché, solo comprendí que el
dinero que tenia era el justo que necesitaba para pagarle y dije que si,
cerramos el trato pero no quise darle el dinero hasta que estuviera del otro
lado, no me importaba en que parte pero necesitaba estar allá para pagarle, no
supe como dije eso, el hombre me miro sorprendido y no le quedo otra que
aceptar, porque quería que le pagara primero y nos viéramos mas tarde en un
lugar que solo el conocía, sin embargo aceptó mi sugerencia porque me
necesitaba para “acompletar” el viaje, me dejó seguirlo un par de cuadras y me
invitó a entrar a un taller mecánico, lo seguí con los puños apretados
dispuesto a defender mi dinero y mi integridad, ahí estaban tres hombres más,
acompañados de una mujer rubia con un cigarro en los labios y una cara de puta
vieja…
Me dieron indicaciones y me informaron de cómo
nos acomodaríamos los dos pasajeros y los dos pollos bajo cada uno de los asientos
del coche, no supe como quedarían los demás, yo solo me concentré en lo mío,
abracé mi morral, me persigne y me hice bolas para acomodarme en aquel espacio
tan reducido, tan oscuro y tan encerrado…
Tan oscuro… un miedo indescriptible se apodero
de mi corazón, me acomode en posición fetal en el hueco bajo el asiento y
entonces lo dejaron caer sobre mi, sentí como si en el instante en que se
acomodo el asiento, mi alma abandonara mi cuerpo y me morí por un instante,
porque pensé que no era el momento de morir para siempre, tenia muchos planes
que realizar, muchos sueños que compartir.
Afuera se escuchaban las voces de la mujer y
los hombres que la acompañaban, alguno de ellos viajarían con nosotros pero
nunca entendí lo que decían ni comprendí lo que harían, yo solo cerré los ojos
para no sentir la oscuridad y apreté los labios para no gritar. Sin embargo
latía en mí la esperanza de que al salir de aquel lugar por algún hoyo o
rendija se filtrara aunque sea un rayito de luz. Mientras ellos se ponían de
acuerdo yo trataba de ponerme cómodo en aquel espacio tan infinitamente
pequeño, tan abismalmente oscuro…
En tanto todo pasaba, los segundos parecieron
hacerse mas largos y los minutos por consecuencia, eternos, di un suave toquido
con mis nudillos en la pared que tenia enfrente mío, para llamar la atención de
los de afuera, pero un golpe fuerte me hizo palidecer y decidí permanecer en
silencio aunque la desesperación ya me empezaba a aprisionar, el calor de aquel
lugar era muy parecido al de mi pueblo, pero este era un calor sofocante,
ardiente, quemante, me estaba volviendo loco y todavía no nos movíamos del
lugar. No se que tanto hablaban las gentes aquellas, pero no quise averiguarlo,
por un momento pensé en el otro señor que se había metido en el asiento de
adelante, quizá estaría experimentando algo parecido a lo que yo estaba
viviendo, eso me dio un poco de consuelo, pero inmediatamente me arrepentí,
porque me pareció injusto reconfortarme en el dolor de los demás, ¡Dios mío!
Quise dormir, -no morir- un sueño profundo
para no sentir, quise soñar un sueño verdadero y no despertar nunca para no
sufrir, pero estaba ahí despierto en un cajón como de muerto, oscuro, sin aire
y pequeño… muy pequeño.
Quise moverme, pero recordé que no podía
hacerlo, quise tragar una bocanada de aire pero la posición en que me
encontraba no me lo permitió, quise llorar y mis lagrimas se confundieron con
el sudor que escurría a mares sobre mi frente, los ojos me ardían y mi boca la
sentí reseca, ¡Santo Dios!
Cuando pasaron los minutos que me parecieron
interminables, sentí que alguien se sentó encima del cajón donde me encontraba,
escuche claramente unas carcajadas y algunas palabras que parecían de despedida
y suerte.
Entonces el carro se empezó a mover clarito
sentí que iba en reversa, luego se acomodo y por fin la ilusión me hizo
respirar tranquilo, aunque incomodo, ¡por fin vería algo de luz!
Puse atención a los sonidos, a lo lejos oí una
mentada de madre, mas allá un claxon desesperado por mi lado izquierdo un niño
que lloraba, y por todas partes el ruido de los motores de muchos vehículos.
Mi camisa estaba empapada, mi cabeza caliente,
mis ansias locas y mi corazón a punto de salir por mi garganta. Quise pedir
perdón por lo malo que pude haber sido, por haber ofendido a mis hijos si es
que en algún momento los ofendí, quise gritar que iba a ser un mejor padre, un
mejor hijo y un mejor esposo, pero mis palabras se convertían en bufidos, mi
silencio en desesperación y mis recuerdos en llanto, un llanto silencioso y
doloroso, que me empezaba a asfixiar, por momentos pensé que no soportaría el
viaje, y desee sinceramente que al llegar a la línea de cruce, nos descubrieran
y nos devolvieran a nuestras casas, pero también casi de inmediato pensé que
no, porque no tendría cara para regresar sin intentarlo, como un fracasado mas
de lo que ya lo era.
Sentí que el vehículo se detuvo, trate de
adivinar en donde estábamos pero me resulto imposible porque no conocía el
lugar, pero por los ruidos provenientes de afuera me pude dar una idea de los que
ocurría. Era un cantina, si, era una cantina porque dos hombres discutían,
seguramente en la banqueta, pero una mujer le pego en la cabeza a uno de ellos
y corrió junto con el otro, un par de perros los perseguían y al otro pobre
borracho lo levanto una patrulla y se lo llevó, el policía lo revisó y se quedó
con su cartera, otro señor que estaba ahí parado se dio cuenta pero no dijo
nada para no meterse en problemas, dio media vuelta y se metió en la cantina,
se sentó en la barra y pidió otra cerveza de las mismas, ya no pude oír mas
porque el coche se movió hacia delante, iba muy despacio y yo aproveché para
distraerme con lo que ocurría afuera porque no quería recordar que estaba
encerrado…
¡Encerrado! ¡santo Dios estoy encerrado!
Siempre
he tenido miedo a la oscuridad, no a la oscuridad normal de las noches
estrelladas o de las ciudades a media luz, no, a esa oscuridad no, porque sé
que la luz tenue que atraviesa las ventanas me da esperanza de claridad. A esa
oscuridad nunca le he tenido miedo, a la que le temo es a la otra, a la
oscuridad del encierro, no me gusta estar encerrado…
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