martes, 3 de enero de 2012

YOFETIO (esto podria ser el prefacio de un cuento que se me antoja bueno, a ver que me opinan)

Allá en lo más alto del cerro de Chiametlán, todavía mas arriba de la séptima cueva, dicen los que lo cuentan; que vive un enorme hombre de color amarillo.
Cuentan los que lo dicen, que cada siete años sale de su escondrijo para alimentarse de gente. No de animales o plantas. Tiene que ser de gente. (Eso explica quizás la desaparición extraña de algunas personas a lo largo del tiempo), porque los abuelos platican de algunos desaparecidos, pero lo cuentan como si hablaran de personas ajenas y lejanas para que los niños que escuchan esas historias, no sientan miedo…
En Chiametlán las noches son húmedas y cálidas, la gente ahí se acuesta temprano por temor a los entes de la oscuridad, las calles permanecen en tinieblas casi todo el tiempo; en el día porque casi la mayor parte de él está nublado, y en la noche porque bueno; es de suponerse, no siempre la luna está llena.
Los callejones y calles del pueblo lucen solitarios, la gente se arremolina en la pequeña plazuela del lugar, y casi no trajina de un lado para el otro, mucho menos durante el verano que contrariamente al resto del año, parece que el sol se cae en pedazos.
Los enormes árboles de tamarindo, los aromáticos guayabales, y los frescos platanares, hacen aparecer al pequeño poblado como un remanso de verdor y de frescura, por las paredes de las casas de palma resbalan misterios, y por las banquetas de adobe se ven rodar miles de secretos. Los colores en sepia de la añeja arquitectura y sus gentes tan al estilo de antes, convierten a Chiametlán en una postal de mediados del siglo trece.
En Chiametlán vive la familia Meralti, son el señor Lanazi, la señora Danan, padres de la hermosa Zintoda y el travieso Yofetio. Ambos son alumnos muy inteligentes de la pequeña escuela del lugar, dicha escuela está sobre una enorme ceiba a la que hay que subir por enormes escaleras de madera y mecate, por divertidos columpios y enormes puentes colgantes. La profesora Lama se las ve con niños de todas las edades, porque no hay mas que ella para educarlos, pero como no pasan de cincuenta, no ve el problema que le impida continuar a cargo de ellos, es verdad que los hay bastante vagos, pero también los hay tranquilos y estudiosos, entre éstos últimos está Zintoda, a Yofetio lo podemos contar entre los inaguantables.
Zintoda es una linda niña de doce años con el pelo del color del azabache, de enormes ojos de obsidiana y un enorme gusto por el canto, el tiempo que le sobra cuando hubo terminado los deberes escolares, lo dedica a componer canciones con su flauta de pan.
Yofetio en cambio, es un niño hiperactivo, de nariz aguileña y ojos de color ambarino, de pelo lacio y tieso y una mentalidad bastante aguda para su edad, cuando termina de hacer los deberes, por no molestar a su hermana se dedica a investigar misterios locales, ya averiguó lo del barco de los sueños, lo de las sirenas marinas y lo del lago de los lagartos.
Ambos niños son apreciables y juntos parecen no tener nada que ver entre si.
Chiametlán está en las faldas del cerro, desde el cual se puede observar el mar bermejo, a los pies del pueblo corre el río Baluarte, pero lo intrigante no está al ras ni a la mano, está mucho más allá de la séptima cueva.
La cueva del diablo está a casi treinta metros de altura, tomando en cuenta que ésta es la primera, la última, que es la que nos ocupa está casi a doscientos metros, en la cima.
Una noche de esas, Yofetio escuchó hablar de un monstruo amarillo que habita esos lugares y decidió que era tiempo de desentrañar el arcano.