viernes, 28 de enero de 2011

¿”TOMA” DE TOMAR O “TOMA” DE AGARRAR?

El misterioso caso del cándido Urbano y la mujer que cargaba un burro.

La tarde cayó sin remedio sobre los callejones de Chametla, eran tiempos invernales y la oscuridad invadía sin pretexto los recovecos del pueblo, Urbano se despidió del sacerdote  y salió de la casa que entonces fungía como casa curial y que curiosamente actualmente y tras muchos años nuevamente pertenece a la curia.
Se sabía de memoria el camino, por eso; con agilidad sorteaba las piedras enterradas y con la mirada fija en la bocacalle caminaba presuroso el tramo que lo separaba de la calle principal, por no tener que sentir miedo no volteaba para atrás, no fuera a ser que lo siguiera el ánima del atardecer.
Cuando llego a la esquina de con mi madrina Chepina, respiró aliviado, ya caminaba sin pendiente, además desde ahí podía ver el marco de la ventana de la cocina iluminado por el viejo candil de la abuela.
Cuando llegó a la esquina de la cañada y lo cubrió la sombra del cedro que ya no existe, ahí en la esquina de con el Monchi, un aire frio le golpeó el rostro, los pelos se le erizaron y de su garganta surgió un leve lamento… junto a él estaba una mujer de enaguas con una “burra” sobre los hombros (así se les llama al palo con mecate del que penden un par de cantaros y servía generalmente para acarrear agua del rio), Urbano Álvarez la miró de reojo, ella le hablaba con voz pausada y le decía: “Toma niño, toma…” el pobre Urbano no acató a nada, en tanto ella insistía en que tomara del contenido de los cantaros, mil ideas revoloteaban por su cabeza, pues claramente pudo percibir que del interior de los cántaros emanaba una luz fosforescente que lo cegaba por momentos, no sabia si ella le ordenaba tomar del supuesto liquido o agarrar su contenido con las manos, entonces quiso continuar su camino y aparecer de pronto en la entrada de la puerta de carrizos del cerco del patio de María Barrón, pero cuando se percató de que la lúgubre mujer estaba flotando a unos centímetros del suelo, sus piernas temblorosas no le respondieron, su cuello se paralizó pero alcanzó a emitir un grito enorme que escandalizó a las gallinas en el obelisco, rompiendo con la quietud de la tarde color naranja y luego su garganta se cerró sin previo aviso.
El grito hizo que Mariquita Barraza se santiguara allá donde rezaba su rosario vespertino y salió corriendo para ver lo que ocurría, entonces lo vio: pálido, con la boca abierta y la mirada perdida, como pudo lo arrastro la distancia que le faltaba para llegar a la casa y lo recostó sobre su catre, ahí permaneció mudo y con la vista perdida durante casi una semana, los que comentaron el hecho afirmaban que seguramente bajo aquel cedro había un tesoro enterrado  y que por precaución nadie quiso asegurarse, otros afirmaban que posiblemente la mujer era María “la Pacheca” a quien le gustaba danzar con sus canes ya entrada la noche alrededor de una fogata pues en un tiempo había habitado la vieja cabaña de la esquina aquella, o que tal vez era Micaela la Chisperas quien afirmaba categóricamente que de sus ojos salía lumbre -de ahí el mote-, pero nadie pudo precisar con exactitud lo ocurrido a Urbano esa tarde de invierno  
Aun ahora cuando en alguna conversación saco a relucir el tema, el se sonroja y sonríe enigmático  desviando  la mirada silencioso, entonces doy un giro a la conversación por no ser indiscreto.