viernes, 10 de junio de 2011

EL HUBIERA SI EXISTE

(fragmento)
Las beatas ya tenían en el ataúd a Alejo, algunas daban de beber a doña Félix y otras le echaban aire, ella no paraba de llorar, pareció como si hubiera destapado la olla de sollozos y se le hubiera escapado todo el llanto almacenado en muchos años, estaba recargada en una gran silla de madera con cuero en el respaldo que quién sabe de donde habían traído las vecinas, la taza del café se le cayó de las manos y sus ojos se clavaron en la puerta, todas las miradas se dirigieron hacia allá y le ayudaron a ponerse de pie, con dificultad doña Félix dio unos pasos y el llanto la hizo su presa nuevamente, Antonio corrió hacia ella y le dio un fuerte abrazo, así permanecieron durante unos segundos y ninguno podía pronunciar palabra, luego el la soltó y se acercó al cadáver de su padre, en su cara se leía la tristeza; le miró fijamente por un instante y luego su garganta emitió un gemido triste y prolongado -como el de los lobos- que taladraba el oído de los presentes; aullaba y aullaba… y el aullido se hacía cada vez mas largo, hasta podían leerse en el espacio cada una de las vocales que pronunciaba, el aullido se fue escapando por la puerta y la ventana de la casucha, se fue haciendo largo como una interminable serpentina, recorrió las calles de Botaira y se fue metiendo por los patios y las puertas de las casas, las gallinas que ya trepaban por los troncos de los árboles debido a la nublazón se asustaron y cacarearon espantadas saltando de rama en rama, los perros ahogaron sus ladridos y las vacas en los corrales se atragantaron con su gemidos, la gente que escuchó se persignó una y otra vez y los niños se escondían en las enaguas de sus madres, el pueblo se quedó mudo, nadie atinó a decir nada, solamente se miraban unos a otros y las miradas angustiadas se preguntaban que sería eso que les hacía estremecerse de aquella manera, aunque allá en el velorio Antonio había dejado de aullar el eco de su llanto se arrastraba por las paredes húmedas de todas las casas y el aire se lo llevó por las calles y callejones hasta sacarlo del pueblo, y así se fue perdiendo conforme llegaba la noche hasta marcharse de Botaira con rumbo al lago de los lagartos.