martes, 27 de octubre de 2009

CHAMETLECA

Su pelo ondeaba al viento
al compás de su paso virgen
dulce y pura bajo el inclemente sol,
llena de gracia, siempre sonriendo
agitando sus caderas danzarinas,
pura y dulce perlada de sudor…

Llena de gracia caminaba sola
su cuerpo al viento ondeaba,
danzante agitaba sus caderas,
ardiente por el sol de Chametla
dulce y pura como virgen era
recatada, tierna y cálida como un sol

!TINGO HA MUERTO; QUE VIVA TINGO!

El sol se ocultaba temeroso, como si tuviera pena de ver la vergüenza del pueblo, como si no comprendiera que había llegado el momento del ocaso, como si de pronto se resistiera a ceder su lugar a la luna, esa luna que llegaría en instantes, misteriosa y silenciosa, triste y cabizbaja…
Así fue como la luna encontró al sol, pensativo y temeroso, le vio partir y se dio cuenta de que aquel adiós amargo, como si por primera vez se sintiera desplazado por la noche. Pareció como si mirara una vez más el espectro del caserío, antes de ocultarse por completo.
La noche llegó cansada mas negra que siempre, no traía consigo estrellas, solo aquella luna pequeña y seca... no era una noche común: era una noche ajena, distante, negra y solitaria, llegó como la primera vez: lenta y silenciosa, cargada de tristeza, doliéndole el tiempo…
Allá abajo, los perros ahogaban sus ladridos y los corrales guardaron silencio, todo, casi todo estaba silencio.
Al fondo de la calle se alcanzaba a ver la casa de Agapito, se veía negra ´por lo oscuro de la noche y sobre aquel fondo negro se dibujaba un cuadro de luz; era una pequeña ventana en la que se entrecortaban siluetas de luto.
Desde lejos se sentía el aroma del café y del vino, se alcanzaba a ver el olor a flores: a difunto.
Adentro los dolientes se tragaban en silencio un llanto absurdo, arrepentido, comiéndose el dolor, mordiéndose las lagrimas. Sus miradas eran frías, inexpresivas, duras como piedra.
En el centro de la pequeña habitación -sobre una mesa vieja-, estaba tirado el cadáver de Tingo, cubierto por una sabana amarillenta y rota.
Le pusieron el pantalón azul, el que le regaló María barrón, jamás en la vida se lo puso, “uno nunca sabe” –decía-, y es que lo quería para alguna ocasión especial.
En la pared de enfrente de la puerta había un crucifijo de madera y una imagen del sagrado corazón, en la cara del muerto –a pesar de la palidez y los huesos saltados-, se dibujaban una tranquilidad y una serenidad absolutas, como si nunca hubiera sufrido y hubiese muerto feliz.
Afuera en la banqueta, alguien había roto el silencio, era María Barrón, la única quizá que podía mirar a todos sin tener que desviar la vista de nadie, la gente le atribuía derechos de los que ella prescindía, eso era tal vez porque María había estado junto a Tingo en casi todos los momentos de sus días en Botaira, aquel pueblo triste, mudo, amargo, adolorido, cuyo silencio había sido roto por María:
“Pobre Tingo, nunca supo nada de su familia, ni su nombre entero, ni de donde vino, yo “crioquesto”, él lo decía con la intención de esconder algo, ¡”vetu” a saber qué! Ya ven que se mantenía de yerbas y uno “quiotro” taco que uno le daba por sus favores, hasta “quiun” “guen” día, Librado el de la tienda, le pidió que le cuidara las vacas y él “liba” a dar comida y un lugar “onde” vivir. Tingo “acectó” de “guena” gana.
Dende entonces ya no se acomidió a nada con naiden y pa mí que esostaba muy bien, porque estaba comprometido con Librado, pero a la demás gente no le pareció su actitú y como que no entendía, empezaron a tratarlo más mal y a riírse más dél.
Cuando pasaba por la calle, le decían que la burra que la burra en la quiba montado era verde, nomás por hacerlo enojar y él senojaba…
Duró munchos días viviendo con Librado hasta quiundía se ogo el crío de una vaca recién nacido alora de bajar al agua. Librado lo corrió sin nada de nada, otra vez estaba al garete, tendría que golver a empezar y la gente ya no lo miraba igual. Por su parte el probe ya se víacostumbrado a la burra, y a lo mejor ella también.
Él, porquera súnica compañía, ella, quen sabe porqué, perun amanecer ya no dispertó: se vía muerto.
Con suerte doña Yoyo se lo llevó a vivir a su casa, liofreció lo mesmo si le ayudaba a cuidar las siembras y le regaló un burro.
Tingo golvió a ser feliz.
Empero cuando pasaba en las mañanas montado en su burro, la gente le gritaba: “!Ahí va el amigo de la burra verde!”. Al probe Tingo, esto lo hacía sufrir, n o tanto que le dihieran que el burro era verde, le dolía mas que le dijieran que era burra… y ansina pasó el tiempo hasta que doña Yoyo se murió y él se vino a vivir acá con Agapito.
Las hijas de doña Yoyo le regalaron el burro a Tingo, le estaban agradecidas y él se sentía importante porque ya era dueño de algo. Con Agapito tampoco le faltó techo y comida, ni puros, porque todos los domingos le daba pa que comprara puros, Tingo los compartía con Amado –su amigo el de la loma-, era súnico amigo.
Esa vez el burro se le enfermó del estómago, se estaba poniendo reflaco. No se quien por riírse dél, le dijo que liciera un lavado. El probe –inocente y con toda la guena fe-, agarró una manguera y se la metió por el culo, le abrió a la llave y el probe burro sempezó a hinchar hasta que reventó: aventó manguera agua y mierda, después se murió.
A Tingo le dolió muncho esto, ya no tenía en quiir pal monte, cada día se miraba mas triste y ni siquiera le importaba que le dijeran “El amigo de la burra verde”, ni los oía, tu lo podías mirar en la banqueta triste y pensativo.
Antier ya no se pudo levantar, estaba triste, no quiso comer ni ir al monte, parecía que el pobre no tenía ganas de vivir, se jue quedando pálido y flaco hasta quiora en la mañana amaneció muerto.
Yo a veces crioque se murió de tristeza, como quél se buscó la muerte porque se sentía culpable de que se liaya muerto el burro, como si al verlo perdido, viera perdido la razón de su vida, al cabo quera lúnico que tenía, que le vía costado sufrimiento, burlas y trabajos…
No nos queda más que recuerdo -y eso que no tuvo amores con naiden-, hastora la gente se dio cuenta de lo quian perdido. Hastora se dan cuenta de que con su maldá mataron un ejemplo de amor y de inocencia. Toavía en la mañana decían “Lástima; tan guena gente quera”, y lo dirían de guasa, pero vieran que si; !tan gueno quera!
Se murió pero de seguro su recuerdo no va a morirse y de seguro va a tener el entierro mas bonito del pueblo, porque todos coperaron pa comprar la caja, ya no dilatan en llegar con ella. Hicieron tamales y café ¡y compraron muncho vino!. Lo van a enterrar, un hombre sin pasado que dejó un guen ejemplo pa todos, se jué sin dejar hijos, pero dejó una sombra de bondá y de pacencia, tingo se murió y con se muere una historia de tristeza y de ternura…”
Al pronunciar ésta última frase, doña María lanzó un suspiro profundo, su voz sonaba ronca… estaba llorando, en derredor suyo los que le escuchaban también lloraban, se miraban ansiosos, con pena.
…el silencio llegó otra vez, nadie volvió a pronunciar palabra, y la noche con lágrimas de brisa fue llenando de frío aquel ambiente.
Uno que otro sollozo se dejaba oír de vez en cuando…
Tingo ha muerto.