miércoles, 2 de septiembre de 2009

Alejo muere por segunda vez

ALEJO MUERE POR SEGUNDA VEZ

Los fantasmas de la noche corrían desesperados buscando donde esconderse y los duendes del mal se divertían acarreando desgracias a las casas con las ventanas abiertas, era la una de la mañana y doña Félix recorría la casa angustiada, mientras que en el catre Alejo se retorcía y se quejaba lastimeramente, aunque la muerte no le había dolido en realidad. Desesperada doña Félix iba y venía y se detenía de vez en cuando ante el altar de la virgen de Guadalupe y le escupía una oración.
Arropó a su marido y le acomodó los pocos pelos que todavía le quedaban, se untó los dedos con saliva y le quitó con suavidad –y asco-, de la cara una mancha de hollín que quién sabe de donde sacó el infeliz, luego se levantó y fue hasta la ventana, ahí se quedó hablando para ella misma y mirando en dirección al cerro, estaba tan preocupada que no se dio cuenta que en ese instante penetraba silencioso un duende que la miró burlón –claro que era invisible, pero por lo general la gente los presentía-, sin embargo doña Félix siguió sumida en sus meditaciones , la noche se oía callada, solo era interrumpida por el gorjeo de las gallinas y algún lejano aullar de perros. La calle se miraba desierta y negra, las sombras de los árboles semejaban espectros que danzaban al compás de alguna melodía silenciosa, la brisa de la madrugada empezó a llegar del rumbo del lago de los lagartos hasta dejar en la espesura el ambiente, todo Botaira quedó envuelto en la densa neblina… todo Botaira se veía negro y se sentía espeso, como esperando algo, de repente; un grito rompió en mil pedazos la magia nocturnal…
Doña Félix azorada trataba de adivinar la razón del grito de su marido. Con la angustia cubriendo sus facciones, destapó el cuerpo enclenque y la pestilencia inundó el cuarto, hacía días que no lo bañaba, estaba cubierto de llagas por lo que le resultaba difícil tocar su cuerpo. Sin respirar, la infeliz mujer se dio cuenta de repente que bajo los pliegues de la sabana hedionda se metió en alacrán. En lo que encontró una chancla para matarlo, el animalejo había desaparecido, ella cubrió de nuevo el cuerpo de su marido y disimuladamente –para no apenarlo-, volteó hacia la calle por la ventanita para tomar un poco de aire fresco. El alacrán aprovechó la distracción de doña Félix y el aturdimiento de Alejo para disfrazarse de sombra y bajar cauteloso por una de las patas de la cama, anduvo a tientas confundiéndose con las grietas del piso caminando hacia ninguna parte y como exhalación se esfumó rumbo a la nada.
Alejo quiso decir algo pero las palabras ya no salieron de su boca, la lengua se le entumió por el efecto del veneno del alacrán, sus ojos adquirieron un brillo que nunca habían tenido, una ampolla se le reventó en ese instante y la pus escurrió lentamente por su mejilla, en una esquina estaba sentada la muerte, desesperada por culpa del enfermo, -por eso quizá mandó al alacrán, y estaba ahí; como contando los minutos y con uno de sus largos dedos golpeaba entre sus piernas y a intervalos el asiento de la silla, a veces hacía una pausa para voltear a ver al moribundo. Félix no se dio cuenta porque de haber sido así, la hubiera corrido con una mentada de madre como era la costumbre y Alejo seguiría viviendo indefinidamente, pero no fue así, la mujer no acataba a nada, se había dado por vencida; estaba harta de limpiarle la cara, de limpiarle el cuerpo, de limpiarle las llagas… de limpiarle el culo!
Sin embargo ahogó un sollozo y con más lastima que otra cosa tomó la mano del hombre que al instante y a pausas se desmadejó entre la suyas, se reflejó por última vez durante un segundo en aquellos ojos moribundos y vio la sonrisa más dulce dibujada en aquellos labios grotescos y se sintió en paz, sin remordimientos, en ese momento el hombre murió por segunda vez, cerró los ojos y no volvió a abrirlos jamás.
La muerte se levanto y dio media vuelta apenada arrastrando su costal de huesos, era la primera vez que su alma insensible experimentaba compasión por alguien, pero decidió creer que era alegría lo que sintió, por haber librado de semejante cadena a la pobre mujer… discretamente atravesó la pared y se fue en silencio pensativa.


FERNANDO BARRAZA

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