jueves, 3 de septiembre de 2009

DE PELICULA

Soy de un pueblo imaginario que se llama Botaira, está ubicado en la costa del sur de Sinaloa poco antes de llegar a Chametla y justo donde se eleva el camino rojo que pasa sobre el mar y que llega hasta Sabaiba...

La laguna azul es una película que me pareció tierna en aquellos años de mi adolescencia y a partir de ella me fascinaron las películas de sexo en la playa y me aferré a recrearlas en la vida real....

Casi siempre que recibía visitas en mi casa –que es tu casa-, las llevaba a la playa, particularmente a ELLAS, es que soy un romántico sin remedio, y me gustaba hacer lo que en las películas; coger en la playa sobre las olas y en cámara lenta, pero solo lo logré una vez, (me refiero a lo de las películas, porque lo de coger, eso siempre se me dió), el caso es que la mayoría aunque fueran enfermeras o edecanes, a la mera hora me resultaban muy mustias o muy delicaditas por no decirlo de otro modo y me tenía que conformar con hacerlo sobre una toalla y envuelto en otra, o a la sombra de los manglares, o en alguna hamaca abandonada de esas que los pescadores no guardan hasta que pasa la temporada.

Pero una vez... -¡Ah que vez aquella!- Una vez si se me hizo; me llevé a una actricita que en esos tiempos no era tan famosa, por eso no digo su nombre pero si tengo autorización para contar lo de esa vez, ¡Ave Maria! ¡Que vez, quisiera no acordarme!

Por principios de cuentas no se espantó cuando comencé a caminar en pelotas por la arena, ella me imitó en seguida, y el hecho de que uno que otro desbalagado nos sorprendiera en pleno invierno caminando en cueros por la arena y el agua fría, no nos atemorizó, por supuesto que mi amigo el de abajo más muerto que un pirulí y el resto de nuestros cuerpos chinito como cuero de gallina, anduvimos un rato correteando sobre la espuma del mar (como en las películas) y queriendo quedar bien, aproveché que se apareció una ola sobre la que quise saltar que me ha dado una arrastrada de padre y señor nuestro!. Luego de un rato, cuando hubimos entrado en calor, quisimos poner manos a la obra, y ya sabes, de por si cuando te bañas con ropa, el culo se te llena de arena, imagínate sin nada; el prepucio colorado de tanto piedrizco, es pa morirse de la vergüenza, pero uno tiene que fingir que las cosas van bien, el caso es que nos tiramos sobre las olas y cuando estaba tratando de darle un periquito, -entiéndase beso-, un rugido la hizo levantarse de un salto, tuve que aceptar que eran mis tripas, maldita la hora, ¡siempre pasa eso!; un pedo que por pudor decide regresarse, arma una revolución enorme en mi estómago, para luego convertirse en eructo, ¡trágame tierra! Todo por no echármelo delante de ella porque de seguro al ver la burbuja de aire emerger de las aguas, me mienta la madre y peor si le toca suspirar en el instante preciso, pero Dios; ¿¡Porque todo me pasa a mi!? Luego en la arena tratando de subírmele, ya sabes, -malditas olas-, al primer intento me doy la maroma y quedo con las nalgas apuntando al infinito, ( y ella carcajeándose de mi), y lo tratamos de hacer sobre un tronco seco y, ¡ claro!; nada mensa la tonta!, que me pone abajo para montarme, el lomo se me puso como trasero de chango; rojo por los piquetes de hormiga, entonces opté por proponerle las rocas de la escollera, ¡nunca lo hubiera hecho!; ¡las rodillas me tronaban como cascanueces!... y a la hora de “aquellito”, los gritos no eran gritos, eran aullidos y no míos, ¡de los dos!, y no de placer, ¡de dolor!, la arena nos invadió por todos los pliegues y rincones de nuestros esbeltos cuerpos, ¡Santo Dios, juré no ver más películas románticas, o al menos no hacer lo que salía en ellas! ¡Menos mal que no se me ha ocurrido recrear la de 9 semanas y media y menos la escena del pica hielo, ¡Dios me libre!

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