lunes, 2 de agosto de 2010

FELIPE HERNÁNDEZ

El aire era fresco, no recuerdo la hora precisa pero si recuerdo que estábamos mi tía mariquita y yo en la orilla del río con la leña a un lado y escarbando para hacer un pocito y sacar agua para la tinaja…

El aire pintaba un sutil oleaje sobre el nivel del agua y empujaba una que otra hoja sobre el río, a nuestras espaldas tres o cuatro personas trabajaban –si mal no recuerdo-, en un tinaco junto a la pequeña estación de bombeo. El paredón enorme estaba siendo horadado para construir un hoyo, mi tía tarareaba una canción, dos señoras lavaban su ropa unos metros adelante y algún pajarraco revoloteaba sobre nuestras cabezas, de ahí en fuera; el silencio predominaba en el ambiente, pero a lo lejos sin embargo, se escuchaba el suave golpe de la azada y la pala, todo estaba tranquilo.

De pronto; un estruendo enorme como alarido de bestia enjaulada y un grito como lamento doloroso y cercano. Nos dimos la vuelta, azorados, nos olvidamos por un momento de las cubetas del agua y permanecimos estáticos unos instantes en lo que asimilábamos lo que ocurría; entonces mi tía empezó a rezar y a llorar sin poder contenerse, traté de consolarla sin éxito, inevitablemente las lágrimas asomaron a mis ojos y temblando por lo que pudo ser, nos apresuramos a llevar el agua y dar la vuelta por la calle para enterarnos con precisión de lo que ocurría, deseando que lo que pensábamos no tuviera nada de verdad.

Para cuando pasamos por la casa de Felipe Hernández, ya su mujer y su familia se habían enterado, corrimos al lugar de los hechos, el tumulto de gente arremolinada clamaba angustiada y sollozaba ante lo ocurrido; el paredón se había derrumbado, uno de ellos, el que traía la carretilla alcanzó a librarse del lodo que caía, otro de los que escarbaban pudo salir del fango, pero Felipe… él no pudo escapar al enterramiento provocado por el alud.

De cualquier modo la esperanza persistía entre los asistentes y cuando tras minutos eternos lograron desenterrarlo, acercaron su cuerpo inerte al gentío, ahí estaba la Coti, enfermera en la que se depositaban las ultimas esperanzas, pues se había corrido entre los asistentes el rumor de que Felipe estaba vivo porque había emitido un suspiro, la gente abrió paso a la mujer que se acercó al cuerpo y colocó sus labios en los de él y procedió a darle respiración de boca a boca, los pulmones de Felipe se inflamaron y en efecto el aire salió, la gente conmocionada casi grita hurras de alegría ante el error, luego Coti, sacó un poco de lodo de la nariz de Felipe y confirmo que en su boca había bastante lodo, era imposible que estuviera vivo, no había marcha atrás, Felipe estaba muerto.

Felipe era deportista reconocido, María de la Luz, su hija, era compañera mía de grado escolar, la escuela en pleno le acompañamos en su pesar e hicimos guardia ante el féretro de su padre.

Felipe fue sepultado con honores, Chametla perdió en él a una persona valiosa desde el momento que acabó su vida procurando el bienestar de la población, pues trabajaba en ello, pero Chametla es agradecido con sus héroes y el club deportivo de pa´bajo, hace patente en su nombre el homenaje que le rinde por siempre a; “Felipe Hernández”.