viernes, 4 de diciembre de 2009

"Cuento en tres tiempos"

“Cuento en tres tiempos”.

1
A ver, ¡Espérate!, ¡No te muevas!
¿Porqué no te gusta bañarte?
Déjame acariciarte con la espuma, sentirte todo y que mis manos se llenen de ti, pa no tener que imaginarte a cada rato en todas partes, pa sentirte entre mis dedos como si fueras mi mugre y tocarte sin tenerte cerca. ¡No te muevas!

Paula cumplió cuarenta y seis años cuando le dio el primer ataque de locura, fue al quinto día después de la muerte de Tingo, a partir de ese día fue cuando perdió la noción del tiempo.
Aquella tarde bendita de su vida pudo verse en las aguas de la vieja fuente del patio y sintió mucho de disfrutarse antes de perderse definitivamente en los recovecos interminables de la inconsciencia, pudo ver su cara redonda y sus extraños ojos de azul tranquilo que parecían llenarla de luz, sonrió de alegría cuando vio sus pecas, y su dentadura emitió los últimos destellos de blancura, porque a partir de entonces también se perdería en aras del abandono y se dejaría cubrir por al amargo sabor del desaseo. Aquella imagen de trenzas y chapeada, de rebosante madurez habría de quedar grabada para siempre en algún rincón de su memoria y no se desprendería jamás de ahí, ni con la muerte; porque así lo decidió antes de volverse loca, así se recordaría por siempre.
Se levantó del borde de la fuente y empezó a caminar lentamente hacia afuera de la casa, luego recorrió las calles vacías, pudo escuchar el incesante ruido del viento que pasaba arrastrando los recuerdos, borrando huellas y arrastrando “ayes”…

Paula no se daba cuenta, el pueblo desierto parecía reírse de su dicha, las casas gorjeaban como palomas cluecas a través de las puertas y la miraban por las ventanas con ojos de zopilote.





2
Mira, voy a decirte; me enamoré de ti desde el día que llegaste, con nadie había sentido lo que sentí contigo, me estaba volviendo loca porque nunca me decías que te gustaba, desde entonces te amé, es más; creo que te amo mas que a mi vida.Desde la última vez que Tingo se bañó habían pasado nueve semanas.
El día que Paula entró a su cuarto arrastrando los años y su antiguo humor, alcanzó a ver flotando el olor a tierra que se escabullía en silencio entre la oscuridad pesada y húmeda de las paredes, se acercó silenciosa sorteando con agilidad cansada los caracoles que Tingo “guardaba” en el piso del cuarto y le hablaba en susurros como si tuviera miedo de despertarlo.
-Que ya son la once Tingo, ¡Por Dios levántate!
Y Tingo seguía allí inmóvil, la voz de Paula sonaba hueca, en momentos parecía como si se desvaneciera en un eco interminable a través de los muros carcomidos.
Arrastrando su futuro se paseó a lo largo del parque que estaba frente a la capilla de Guadalupe y sin dudar llegó a la puerta grande que la llevaría al deshabitado convento, anduvo a paso lento mirando con detenimiento cada una de las celdas como escogiendo una, al fin decidió quedarse en la que alguna vez vivió Sor patricia y ahí se quedó sentada en el catre frío y vacío, mirando mas allá de la ventana, pareció que su mirada se perdía en el infinito de aquel día tan importante, por un momento su boca esbozó una ligera sonrisa pues se estaba recordando tal y como se vio en la fuente y así se quedó encerrada, recordándose.

3
Eres como un sol, un pedazo de estrella que Dios mandó a mi lado para deslumbrarme y yo me cegué por tu amor, al principio pensé que yo era la estrella esa que enloquecía, pero no, porque a mi me llegó el amor cuando apareciste en mi vida; con tus ojos de agua embravecida por un agitar de vientos y esa boca de rojo intenso como sangre…

Ahí se quedó encerrada y en silencio, sin comer nada durante los dos primeros días hasta que el instinto la acorraló y la sacó a empujones y la aventó al lodazal del chiquero.
Se levantó y fue directo a un árbol de papayas, acosada todavía por el insistente arreo del instinto, como pudo bajó una papaya que con gusto sádico estrelló en el suelo para desparramarse en mil pedazos, luego hundió su cara reseca en el trozo mas grande y lo tuvo que compartir con los marranos que todavía sobrevivían; esa fue su primer comida, su primer locura.
-Tingo-, dijo otra vez y lo movió suavemente del hombro, fue entonces cuando las moscas empezaron a volar en semicírculo alrededor del ombligo con un zigzaguear eterno que aturdía los oídos de Paula.
Un estremecimiento empezó a poseerla. Con la boca entreabierta y los ojos a punto de salir huyendo de sus cuencas, levantó lentamente la mano derecha haciendo la señal de la cruz; fue como un aviso, porque las moscas salieron en enjambre del estómago de Tingo, era una nube inmensa que empezó a llenar el cuarto hasta rebozarlo y empezar a salir por la puerta entreabierta y las rendijas de la ventana. Paula tuvo que cubrirse con una sabana porque hasta entonces -como si con el incesante aleteo hubiera despertado el mal olor-, empezó a sentirlo y las moscas y las moscas seguían saliendo del hueco de la panza de Tingo y fueron rebozando las calles y las casas de todo Botaira y fueron desperdigando por todos lados el olor a difunto.

Los días empezaron a pasar en blanco para Paula dentro del oscuro cuarto del convento, o en el patio o el chiquero; todo era monótono y absurdo. El inconsciente la movía de acá para allá en busca de nada y encontrando todo, como a un títere, como a una marioneta que de noche se entregaba al eterno dolor de los recuerdos y de día al constante revivir de su pasado.
Veinte años son una eternidad cuando se pasan en el limbo de la inconsciencia, cuando no hay tiempo ni espacio, ni dimensión alguna. Las canas cubrían su cabeza y la falta de dientes había transformado aquella boca en un horrendo hueco de sabor amargo…

4
Ese día estaba sentada junto al corral viendo como se amontonaban las vacas, entre los mozos me pareció verte a ti y estiré el pescuezo…
De repente oí una voz gruesa como trueno que me acarició la espalda, eras tu, pero no sabía si eras de a deveras, porque con eso de que te imaginaba en todas partes; a veces hasta te sentía.

Las madres tuvieron que salir huyendo del pueblo tratando de esconder a sus hijos de la pestilencia y ni así se la pudieron quitar de encima, los hombres se quedaron a prender boñigas de vaca en los patios y los corredores para matarla, pero por más que le hacían, no podían deshacerse de ella, el Cora se pasó cuatro días con sus noches rezando al ánima de los vientos para que viniera y se la llevara, pero tampoco pasaba nada, hasta que al quinto día cuando no había quien rezara a nadie, el olor a muerto comenzó a desaparecer poquito a poquito como si se burlara de todos y de repente; como después de una tormenta el pueblo amaneció transparente y fresco con una brisa que desde hacía mucho tiempo no soplaba y fue colándose a través de todas partes purificando todo y ésta fue la brisa que sorprendió a Aurora en el catre del corredor donde se había dormido con el abanico sobre la cara, salió a la calle para que el sol le diera libremente y gritar a todo pulmón la buena nueva, pero cuando se vio parada en medio de la calle con los brazos abiertos, sintió en la espalda el golpe terrible de la soledad.

5
Tu eres todo para mi, por eso estoy contigo, por olvidar a todos los hombres que he conocido, porque trato de matarlos en la distancia, haciendo crujir los huesos de sus cuerpos y acabar con ellos para no tener a nadie quien extrañar y para entregarme a ti por completo.
Estaba sola, ahora el pueblo era el que se había quedado muerto, ya no se oía ni el cacareo de las gallinas ni el mugir de las vacas, por eso fue que se sentó en la banqueta y se tragó en silencio esa alegría para luego empezar a tratar de digerir su miedo, estaba sola en el pueblo, Tingo se había muerto y se había llevado consigo a todos los habitantes de Botaira, no quedaba otra alma, ella sola no sabría que hacer con tanta dicha y con tanta amargura y se le ocurrió que lo mejor era volverse loca, asi fue como se volvió loca.

6
Habían pasado los años y la cabeza de Paula empezaba a adquirir mas plenamente el tono plateado que ella tanto le gustaba, sin embargo no lo apreciaba, vivía nomás recordando el momento angustioso de la nada, en su mente no cabían razones, no tuvo tiempo para pensar, estaba sumida en la inconsciencia. Solo dormida le volvía el entendimiento, era como si así viviera; despierta vagaba intranquila en los brazos del olvido, mientras los días se sucedían en derredor suyo como noches apacibles de sueños serenos y sus noches se transformaban en días de amargas pesadillas.
Tingo se bajó lentamente el pantalón, sentía que le dolía la vergüenza y la hombría, frente a él permanecía le cuerpo de aurora retorciéndose de mil placeres, sus manos acariciaban de un modo casi salvaje los senos erectos y tensos cubiertos del agrio sabor del deseo, se estremecía a cada movimiento y sus ojos en blanco parecían perderse tratando de gritar en mil idiomas la pasión que los quemaba. Su estómago brillante reflejaba cientos de caprichos cumplidos que ansiaba desde tanto tiempo y sus labios dejaban escapar de vez en cuando algún sensual lamento, él la observaba indeciso, desnudo, ardiente también de deseo.


7
Paula abrió lentamente los ojos.
Tingo permanecía frente a ella, podía sentir su aliento de azufre y el olor a cianuro de sus sobacos. Se incorporó lentamente, él sonrió y dio la media vuelta, ella apreció su espalda morena, sus marcados hombros y sus nalgas.
Se levantó y quiso tocarlo, mientras él caminaba lentamente hacia el umbral de la celda, Paula lo seguía en silencio a pausas hasta que ambos desaparecieron absorbidos por la luz del sol…
Así se había quedado dormida, desnuda, saboreando los recuerdos. El corazón empezó a latirle aceleradamente, la respiración se volvía dificultosa y sus labios solo alcanzaron a pronunciar un nombre.


A sus sesenta y seis años, hundida en la soledad y perdida en la memoria, Aurora tuvo su último orgasmo, dejó escapar el espíritu que voló raudo junto al del hombre que mas amó y así se fueron con la oscuridad rumbo al cielo.
Su cuerpo empezó a descomponerse con el paso de los días, las moscas habían vuelto; era tiempo de otro festín.