lunes, 21 de febrero de 2011

CHAMETLA EN BOTAIRA



El sol se introdujo a pausas por la ventana redonda de mi habitación, descubriendo mi cuerpo desnudo sobre las sabanas de color naranja, aspiré profundamente la espesa brisa matutina y mis pulmones se llenaron del exótico aroma indio de los azahares de mi pequeño huerto de mangos.

Un ligero estremecimiento recorrió mi cuerpo al sentir el frio aire escapar por las rendijas de los gruesos muros de mi cabaña, para ceder el paso al sol.

Desde afuera el trino de los pájaros mañaneros endulzaba mis sentidos, y decidí que ese día no me levantaría hasta que el cuerpo me lo exigiera, así es que me acurruqué entre las almohadas y ahí me quede inmóvil mirando el techo de palma tejida.

A lo lejos escuchaba las voces de los vecinos y el griterío de los niños correteándose entre si, era domingo, así es que Botaira estaba de descanso y por ende yo…

Paulatinamente mi habitación fue quedando en tinieblas; claramente vi como la luz del sol fue siendo opacada por una intensa nublazón, las cortinas del ventanal se mecían hasta casi tocar el techo movidas por una danza invisible provocada por el espeso y frio aire que llegaba del mar. Con la mañana casi oscura y aquel ventarrón, decidí ponerme de pie, caminé descalzo sobre los fríos adobes y me acerqué para cerrar la ventana, me asomé con discreción hacia la calle antes de poner la aldaba y pude ver caras angustiadas y el chapoteo de las primeras gotas de lo que después seria una densa lluvia acompañada por aires turbulentos. Así fue como aquella mañana que comenzó placida y fresca se convirtió en una angustiosa pesadilla para muchos en Botaira, así fue como me preparé un café en la vieja hornilla de la antigua cocina que está mas allá del patio ahí mismo me acomode en la hamaca a esperar los sucesos venideros, que –por suerte-, nunca llegaron, nada pasó… nada.

Por suerte para todos, el viento tomó un rumbo distinto y la calma volvió al pueblo, el sol brilló con un resplandor diferente, y rápidamente se evaporizó el agua en las calles, termine mi café y deje por ahí la taza de barro que había comprado en Sabaiba en mi ultimo viaje, me metí en mis viejos jeans y una camisola con aroma a sudor de ayer y Salí a la calle, entonces la vi: cargaba un enorme bolso color ladrillo sobre su hombro derecho y arrastraba un pesado veliz por el húmedo adoquín de las calles, su oscuro pelo jugueteaba con su rostro y entrecerraba los ojos de color azabache sin desviar la mirada de algún punto mas adelante, cuando la vi, mi corazón se detuvo por un instante e instintivamente quise hablarle pero las palabras se negaron a salir de mi boca, la vi alejarse sin poder evitarlo y solo pude hacer una mueca de impotencia, entonces lleno de desilusión di media vuelta para meterme a escribir sobre ella y su llegada aquella húmeda mañana, antes de hacerlo pasó por ahí un chamaquillo con la prisa de quien recibió visita y pregunté por la recién llegada, -es mi tía, viene de Chametla –dijo-, y siguió su camino, yo me introduje de nuevo a mi cabaña, con el corazón alegre y un gran suspiro.