jueves, 3 de julio de 2008

UNA HISTORIA DE AMOR Y DESENCANTO

(Fragmento de aquella historia inconclusa aún sin nombre que me fué solicitado para la memoria impresa del quinto encuentro internacional de escritores en Salvatierra Guanajuato)

PROLOGO

¿Yo? … ¿¡Porqué yo?¡

Eulogia cerró los ojos y elevó un plegaria al cielo, esas dos palabras eran como la maldición más característica de su vida, eran como su sello, sus palabras distintivas. . .

Era el 21 de enero del 2008 y pensando en el ayer, vio en retrospectiva su vida.
. . . estaba cumpliendo setenta y tres años.


Diciembre 1864

México tenia problemas económicos que tenían mucho que ver con la deuda que había contraído con Francia Inglaterra y España. Por esas épocas, el Presidente Benito Juárez emitió un decreto en el que informaba que durante dos años no se le pagaría a ninguno de esos países un céntimo de lo que debían, esto con la finalidad de que las arcas del país se mejoraran. . .
Estuvo -por supuesto y para evitar los malos entendidos-, aclarando que casi la mayor parte de la deuda había sido contraída por gobiernos anteriores, pero ocurrió que a los países prestamistas, aquello no les pareció, y unidos; Francia, España e Inglaterra enviaron sus flotas de guerra a ocupar el puerto de Veracruz para exigir el pago, por eso fue que días antes, el coronel Antonio Rosales estuvo reclutando gente de los alrededores y se llevó a todos lo jóvenes del poblado de mesillas con rumbo a Mazatlán, cuando los tuvo reunidos junto con los hombres de toda la región, les explicó lo de la invasión extranjera y que según se sabía, los fuereños pretendían “subir” al norte y adueñarse de lo más que pudieran con tal de cobrarse lo que les debían, también les dijo que el presidente Benito Juárez estaba tratando de llegar a un acuerdo con los intervensionistas bajo la condición de que en cuanto esto se decidiera, las tropas darían marcha atrás, y que en caso de que así fuera, la cosa no iba a pasar de ahí, y en efecto; los ingleses y los españoles emprendieron el retorno ante el avance de las pláticas y las promesas del gobierno de México, pero no así los franceses que no quedaron conformes, y en virtud de que Napoleón tercero quería reinar aún más allá de sus fronteras, incluso por las tierras americanas, ordenó que se acercaran a la capital de la república y con tan buena suerte para los extranjeros que en el camino se les unió un enorme grupo de conservadores que habían creído siempre que México debía ser una monarquía, creyeron que en la intervención de las tropas de Francia estaba la oportunidad de derrotar a los liberales y suprimir la república.

Las tropas se desplegaron hacia el norte tal y como la había predicho el coronel Rosales y fue de ese modo que llegaron a Sinaloa luego de invadir algunas zonas del estado de Durango, entraron por el poblado de Concordia antigua villa de san Sebastián y quemaron todo a su paso, pero ya el general y su gente estaban preparados y fue precisamente en San Pedro, una pequeña población ubicada cercana a la capital de estado, donde la brigada de Sinaloa, compuesta de poco menos de cuatrocientos hombres, al mando del general Rosales, lucho enormemente y derrotó a un cuerpo de quinientos hombres, entre los que se contaron a franceses y mexicanos intervensionistas después casi cuatro horas de combate sangriento, se obtuvo por la tropa –según lo reportó después el coronel-,el aprisionamiento de noventa y ocho franceses y argelinos, y casi el doble número de intervencionistas. Entre los franceses prisioneros se encontraba el comandante del vapor de guerra francés «Lucifer», Gazielle, jefe de la expedición y siete oficiales subalternos, el comandante Gazielle habia violado a una mujer en la población de Concordia y a la que había dejado preñada días antes de ser tomado como prisionero, entre los que lograron escapar iban el ex general mexicano Domingo Cortés y el comandante de batallón Jorge Carmona, que huyeron al comenzar la acción. En el campo de batalla el enemigo dejó 26 muertos y 25 heridos franceses y un número considerable de traidores, estas fueron las palabras que utilizó el coronel Antonio Rosales cuando se lo hizo saber a sus superiores después de terminada la batalla:
“Los prisioneros mexicanos, todos de clase de tropa, viniendo como forzados, fueron perdonados e incorporados a la brigada. La nación tiene que deplorar la muerte del valiente capitán C. Fernando Ramírez y de muchos buenos soldados, que en un combate, en todos sentidos desventajoso, se han sacrificado por su patria. En oficio separado comunicaré el detalle correspondiente. Todos los jefes y oficiales que en esta jornada militaron bajo mis órdenes, se batieron con extraordinario denuedo y entusiasmo, haciéndose dignos de los mayores elogios. Pronto haré la mención honorífica que cada uno merece por los servicios distinguidos que presentaron, haciéndose acreedores al reconocimiento de la República y al de su congéneres...”

Febrero 1865

Goulven, se paró frente al pórtico que daba al enorme patio de la casa de Zopahua y antes de empujar el portón volteó hacia todos lados para asegurarse de que no había nadie cercano, cuando se cercioró de que estaba solo en el oscuro callejón, le dio tres golpes seguidos con la culata de su escopeta “Lafruché”, desde adentro se oyó una voz aguardentosa pidiendo el santo y seña, tres golpes mas fuertes le precedieron desde afuera y en ese momento se empezaron a escuchar gritos provenientes de cualquier parte del poblado e inmediatamente los candiles de la casona empezaron a surgir como avechuchos por todas las habitaciones, -¿que pasa “ajuera”?- Insistió la voz, y obtuvo como respuesta tres nuevos golpes en el aquel viejo madero que para entonces eran más urgentes que seguir con la duda, entonces el anciano velador se aproximó a paso lento y desenganchó la aldaba... en cuanto la puerta cedió solo un poco, Goulven se apresuró a entrar cerrando tras de si y arremetiendo contra el viejo, propinándole una serie de golpes en la cabeza que lo dejaron tendido y sin sentido sobre una pila de costales llenos de olotes.. . .

Goulven caminó entre las sombras del patio y escondiéndose entre los pilares de la vieja hacienda aguantando la respiración para no ser percibido y con el dedo en el gatillo de la escopeta. Eran casi las tres de la madrugada, el hombre subió a tientas las escaleras que conducían al segundo piso y cuidando de no ser atropellado por los sirvientes que corrían de un lado a otro tratando de adivinar a que se debía el griterío que se escuchaba y que ponía los nervios de punta.

En su habitación, Zopahua se desperezó en la cama, la luz amarillenta de su quinqué, parecía danzar al compás de una melodía inaudible, pero altamente serena. . . la mujer puso atención a los ruidos que llegaban de fuera y semidesnuda como estaba se aproximó a la ventana, los gritos aumentaban en intensidad y volumen, el caos recorría las calles montado en la desesperanza, Zopahua no alcanzaba a entender aún la magnitud de lo que ocurría, sin embargo, acabó de despertar cuando vio que con toda seguridad el caserío de los alrededores ardía, y el pánico hacía estragos en el vecindario, sus ojos se cerraron por instinto y sus oídos se aguzaron como tratando de concentrarse en algo y haciendo a un lado el ruido que venía del exterior, fue cuando se percató de que afuera de su habitación se percibían unos pasos suaves y lentos, muy diferentes de los que hacían correr de un lado al otro de la casa a los sirvientes y tal vez a sus padres . . . fue entonces cuando se dio cuenta de que una respiración agitada atravesaba las paredes de su habitación a unos pasos de la puerta, se acercó con sigilo tratando de centrar su atención en lo que imaginaba que ocurría sin alcanzar a entender pero con el terror haciéndole su presa, se acercó con cautela a la puerta y movió con suavidad el cerrojo, aquel hombre pálido se le echó encima arrojándola al suelo y cerrando tras de si la puerta, acto seguido se aproximó a la mujer y le tapó la boca con las manos, susurrándole palabras en un idioma ininteligible pero llenas de una paz y una calma que no le dieron opción; por lo que con una mirada de “está bien”, le dio a entender al hombre aquel, que no gritaría. . .

Pero su arrepentimiento llegó demasiado tarde; Goulven le devolvió una mirada que se había tornado lujuriosa y llena de ansiedad ante la vista de las curvas de la mujer, ella sintió que una erección empezaba a ser notoria entre sus ingles y el pánico se apoderó de su razón y él, como bestia en celo la arrojó sobre la cama, le arrancó en pedazos el corpiño y de la misma manera arrancó el guardainfantes que la cubría, Zopahua lo empujaba con fuerza sin lograr apartarlo de su cuerpo, le arañaba la cara casi inconsciente y le arrancaba el pelo a tirones, un pelo de un extraño color amarillento que le provocaba un asco incontenible, los gritos en su garganta se negaban a salir y entonces se convirtieron en aullidos lastimeros que invadieron las paredes y rebozaron la habitación para salir desbocados por la ventana y perderse entre los gritos y balazos del exterior, cientos de maldiciones y palabras de rabia resbalaban por las comisuras de sus labios o se perdían en las entrañas de aquel hombre que se las tragaba al intentar besarla en contra de su voluntad; “Déjame, maldito”, suéltame!”, pero el hombre no le daba una tregua, en su cara se advertía claramente el cinismo y su mirada estaba repleta de lujuria, mismos que provocaban un miedo inenarrable a la pobre mujer, cuando la vio ahí tirada totalmente desnuda procedió a arrancar sus propias vestimentas con la ansiedad de un criminal, entonces la poseyó con la bestialidad de un animal, y la violó con el sadismo de un energúmeno, ella, al sentir el miembro caliente de aquel hombre introducirse tan salvajemente al interior de su vientre acalló sus gemidos, abrió los ojos incrédula y llena de coraje guardó silencio, sintió como si una serpiente penetrara sus entrañas, y un fuego abrasador le carcomiera por dentro, no se quejó, no emitió un sollozo más, solo cedió ante la imposibilidad de hacer algo.

El hombre sació su instinto como el salvaje que era y se puso de pié para verla desde otra perspectiva, ahí en medio de aquellas sabanas azules apreció con detenimiento el cuerpo exangüe de la mujer y pudo apreciarle en plenitud, era un ejemplar femenino delicado y bello, esbelta, la piel del color de la canela brillaba ante el reflejo de la pálida luz de la lámpara, los huesos del pecho resaltaban ante la agitada respiración y le hacían verse realmente sensual, ella se tapaba avergonzada ante la insidiosa mirada del sujeto, dentro de ella hacia ebullición el liquido espeso que le recorría las entrañas como quemándole, como haciéndolas trizas, sin embargo agarró fuerzas de flaqueza y se fingió inconsciente, por un momento temió perderse en la inconciencia y no poder evitarlo, pero su voluntad era fuerte, lo suficientemente fuerte como para aprovechar la distracción que su cuerpo mancillado provocaba en aquel ser salvaje y con absoluta rapidez estirar la mano hacia la mesita en la que descansaba el quinqué para tomarlo con determinación e incrustarlo en el sexo aún húmedo del hombre pálido que se relamía ante ella, el fuego de la llama agarró desprevenido a Goulven y la bombilla se partió en trozos que se le incrustaron en el vientre y el liquido flamable que había dentro de ella se desparramó sobre sus testículos haciéndolos arder y despidiendo un olor que a la mujer le remitió al olor de las plumas quemadas de las gallinas que preparaba la Matea, provocando un pánico sin descripción en el rostro y las actitudes del hombre que estupefacto se retorcía gritando y sin poder creerlo.
Gritos que semejaban alaridos se desprendieron de su garganta opacando los de las mujeres y los niños que buscaban un refugio huyendo del infame ataque del que eran presas en las calles y los hogares de Mesillas, la sangre corría por sus piernas, el bello púbico se le había desaparecido por completo.

Aprovechando la histérica confusión del hombre, Zopahua se levantó y se enredó en las sabanas y salió corriendo, al salir casi tropieza con su madre, se tomaron de las manos sin decir palabras y corrieron escaleras abajo con rumbo a las caballerizas, al pasar por el corral los animales llenos de pánico chocaban unos contra otros y la servidumbre buscaba donde esconderse, Zopahua y su madre intentaron meterse al granero pero éste empezaba a arder. . . Sin saber a donde ir y llenas de angustia, con los ojos desmesurados al darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, veían con angustia como las mujeres y los hombres eran violados en el suelo, los niños destazados y los jacales quemados, la muchacha, desvió por un instante la mirada en dirección a su habitación y alcanzó a ver como las lenguas de fuego empezaban a asomarse por la ventana, esa distracción no le permitió percatarse de que estaba frente a ellas un par de individuos de la misma calaña que el anterior, sin saber a donde correr y tratando de huir por cualquier parte, los hombres las detienen contra su voluntad y las desnudan a la fuerza, arrojándolas al suelo en medio del llanto y el griterío, una vez ahí, el par de sujetos, las mancillan sin piedad alguna. . .

Goulven, en su desesperación y atónito ante la inesperada situación a la que se enfrentaba, trataba de apagar el fuego que ya empezaba a invadirlo todo, su ropa húmeda por el combustible del quinqué, ardía a fuego alto, las sabanas de la cama de Zopahua, y las cortinas casi se habían consumido, el hombre no sabia si correr o morir en el intento, pero cuando sus piernas y el vientre se empezaron a achicharrar, no le quedó de otra, por lo que entre estertores de agonía y lamentos de incredulidad y coraje, se entregó sin remedio a su muerte, a esa muerte que él mismo se había buscado. . .

El sol se asomó con timidez, tras los cerros de la sierra de Durango, ni un solo gallo cantó esa mañana, los gemidos de los sobrevivientes se oían lastimeramente por todo el poblado, hombres tratando de devolver la vida a sus hijos, mujeres buscando a tientas su dignidad, niños tratando de encontrar un sentido a sus vidas, abuelos intentando morir en lugar de nietos.. todo era vergüenza, los cuerpos desnudos se desplazaban sin rumbo, el dolor en las miradas se perdía tras lamentos de rabia y desconcierto, aquello era el fin del mundo, todo en “Mesillas” había terminado, todo había muerto; las esperanzas, las ilusiones, los sueños. .

El frío de la mañana calaba hasta el tuétano, la neblina y el humo, hacían que aquello que quedó del poblado, parecieran los restos del holocausto, nadie acababa de comprender lo sucedido, pero nadie pedía una explicación, Zopahua y su madre acurrucada una junto a la otra trataban de aparecer fuertes, pero sus cuerpos no denotaban más fuerza que la que necesitaban para ponerse de pie y buscar a Nemesio, su padre, al que encontraron junto a la puerta principal, destrozado e irreconocible, el fuego lo acabó, de no ser por el anillo que aparecía en la falange del anular derecho, no hubieran sabido que era el.

Después de enterrar a sus muertos y de levantar sus casas, la población entera se dio a la tarea de nacer de nuevo, limpiar, sembrar, amar, . . . la vida seguía su curso, y no solo el ave fénix era capaz de empezar desde el principio, eso lo sabían todos en esa pequeña población, mientras en las reconstruidas habitaciones de la casona , Zopahua, veía aterrorizada como su vientre se abultaba con el paso de los meses. Pasaron nueve meses durante los cuales la mujer, gracias a sus creencias religiosas, se había hecho a la idea del embarazo, nada había quedado atrás, pero el instinto de supervivencia y la esperanza en tiempos mejores, le hicieron hacer a un lado los malos momentos, tanto a ella como al resto del poblado, resignados ante lo ocurrido y llenos de fortaleza ante lo venidero, la población resurgió como lo había deseado, en la familia de Zopahua, gracias al apoyo de las decenas de empleados pronto todo volvió a la normalidad, el pasado era solo un mal recuerdo, además como decía Delfina su madre, eso ya no existía...

Con el pasar de los días se dieron cuenta de que los franceses habían hecho lo mismo en las poblaciones de los alrededores, desde Concordia hasta Mazatlán y todos las poblaciones intermedias. . .

De todo esto se enteraban en mesillas, a pesar de que las noticias tardaban en recorrer el territorio, Zopahua necesitaba estar enterada de lo que acontecía en el país, porque de alguna manera ella y su hijo, se estaban convirtiendo parte de esa historia, de aquella cruda historia.


Con el paso del tiempo se fueron estableciendo en la región, algunos, -los menos avezados-, permanecieron ahí, por razones distintas, y, ya porque encontraron el amor, ya porque encontraron un lugar en donde terminar sus días en paz -,en noviembre de ese fatídico año de la intervención francesa, Zopahua dio a luz a un niña al que dio por nombre Dámaso. Había sido ahí, justo a esa pequeña comunidad llamada “mesillas”, a donde llegó a vivir Macrina, al abrigo de sus abuelos y huyendo de la vergüenza de haber sido preñada por aquel hombre del que después supo se llamaba Gazielle y apodaban “Lucifer”y dio a una hermosa niña a la que puso por nombre Luisiane, un nombre francés que para entonces estaba muy de moda y como su madre se llamaba Luisa, pues aprovecho el pretexto. De esa manera pasaron los años, Louisiane creció y se enamoró del hijo de Zopahua ambos descendientes de franceses, hijos de mujeres violentadas por aquellos insanos seres, para esos días en mesillas habitaban casi pura gente de ascendencia Francesa, la mayoría de los nativos de la comunidad habían fallecido, los herederos de los antiguas pobladores eran casi todos hijos de franceses que al pasar de los años fueron tomando y transformando las creencias cristianas de los lugareños para desviarlas a una que ellos llamaban menonismo, una especie de religión que había florecido en Francia y que por esas fechas estaban llegando desde Europa a alguna ciudades de América sobretodo al norte, en Canadá, las costumbres que habían adquirido al pasar el tiempo, hicieron que la comunidad se volviera harto rutinaria, al cobijo del menonismo, en Julio de 1886, Luisiane y Dámaso contrajeron nupcias.


Octubre de 1916.

De la unión de Dámaso y Luisiane nacieron seis hijos, atrás se había perdido la sangre mexicana de los antiguos pobladores, todos ellos nacían rubios y con los ojos de colores transparentes , al menor de ellos que había nacido por el año de 1891, lo llamaron Huges, sin embargo el chico aquel, rebelde quizá por la sangre nativa que aún fluía por sus venas, o tal vez por la sangre extranjera que hacía ebullición en su interior, cuando conoció la amarga historia de sus antepasados, y ante la rabia de ver lo pronto que se habían resignado los sobrevivientes a ese modo de vida que los invasores les habían impuesto; renegó abiertamente y decidió llamarse a si mismo Dámaso, lo mismo que su padre y aunque era un nombre de ascendencia española, era más mexicano que cualquier nombre francés, y queriendo o no, el sometimiento a una conquista, era una cosa, pero de eso a someterse a dos, había un enorme tramo que él no estaba dispuesto a tolerar, sin embargo y muy a su pesar creció bajo ese régimen, sin embargo la rutina que los franceses implantaron y que a su vez habían adquirido de ciertos holandeses rebeldes, había hartado a Dámaso.

Dámaso había cumplido los veinticinco años, en mesillas la vida rutinaria le había instado a ir más allá de la loma en busca de horizontes nuevos. . . por lo que un dia, temprano como a eso de las ocho de la mañana, se acomodó el morral en el hombro y salió a paso presuroso, para no darse tiempo de voltear hacia atrás y así no tener que decirle adiós a nadie, ni siquiera a pancho el perro.

Pasados unos cuarenta minutos estaba en el crucero del camino que conducía de Durango a Mazatlán volteó indeciso a ambos lados y finalmente optó por caminar con rumbo a la costa. . . de ese modo tras dos días de viaje, llega a Chametla.

Chametla es un lugar de la costa del mar Pacifico en el que hacia diez y seis años, también en octubre pero de 1900 había nacido María. . . María Barrón.

Dámaso llegó a Chametla casi a la misma hora en que salió de mesillas, eran algo así como las ocho de la mañana, los perros salieron a su encuentro y de pronto le entró la nostalgia por pancho, el perro que se quedó tras él mirándole partir en silencio, -esa mañana el perro había salido a saludarlo como todos los días pero al ver la actitud de su amo, no se le acercó, y tras el tronco del viejo tabachín que había en el patio, lo vio desaparecer hasta que dio vuelta en el recodo del camino que lleva a Concordia. . .

María era descendiente de totorames, ahora españolizados, descendiente directa de victimas de la conquista, pero con la sangre mas mexicana que su nombre, que para ese entonces también era muy popular, debido precisamente a la influencia del catolicismo, sin embargo la rebelde chiquilla en ese entonces de quince años, se empeñaba en asegurar que era india de las mexicanas de adeveras. .

Dámaso parpadeó insistentemente para borrar los recuerdos que a pesar de él, aún le perseguían, pero trató de hacerlos a un lado para dejar el pasado en el olvido y empezar una vida nueva en aquel pequeño poblado del cuál dias después supo su nombre.

María tenía la costumbre de acarrear agua de pozo del río, iba subiendo la cañada con la jícara en las manos y la cantarilla en el ñagual, cuando de pronto su mirar oscuro profundo, se topó de frente con la penetrante mirada azul cristalino de un hombre que de solo sonreírle, le hirió de amores el corazón, Dámaso se aproximó lentamente a la chiquilla y sin decir palabras, tomó entre sus manos la cantarilla y dibujó la sonrisa que mejor le salía para darle confianza, ella solo dijo gracias y caminó a su lado en silencio, sus pies caminaban instintivamente, y los de Dámaso la seguían, nadie, dijo nada, en realidad no hacía falta, sus ojos lo habían dicho todo, cuando llegaron a la casa de María, él le entregó el recipiente con el agua y se inclinó en señal de saludo, ella la tomó y colocándoselo en la cabeza, dio media vuelta e inclinándose un poco para no tirarla con las palmas del techo que colgaban al frente de la puerta de entrada, por ahí desapareció como un suspiro apasionado hacia el vientre de su casa. . .

Ese fue el inicio de un trágico idilio, años más tarde, en mil novecientos treinta y cinco, nacería Eulogia, y con ella la más amarga historia de amor y desencanto, de dichas y tormentos, de tragedia y rebelión….

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