miércoles, 22 de agosto de 2007

¡¿chametla, como te olvido?!



En la secundaria hacíamos equipos de trabajo, para las investigaciones o tareas que teníamos que hacer, algunas veces exploramos la cueva de la campana, otras el río, otras -y a ello me quiero referir-, explorabamos el panteón, eran aventuras enormes, realmente lo hacíamos por cariño al experimento y la emoción, porque usabamos el equipo para reunirnos y vivir esas experiencias, ya no era tanto por las tareas, la vez esa del panteón; nos llegó la oscuridad del sol poniente... no nos decidíamos a abandonar la búsqueda del ansiado tesoro, solo por no haber estado ahi en vano, a punto de rendirnos alguien descubrió al ras del suelo lo que aparentemente era una olla, con la adrenalina recorriendo nuestros cuerpos nos dimos a la tarea de escarbar cuidadosamente y efectivamente nos dimos cuenta de que era una enorme olla, pues a medida que escarbabamos alrededor, más grande era la circunferencia, empezamos a hacer conjeturas, "que tal si tiene un tesoro" -dijo el nato, "no!, un muerto" -dijo el Bernardo, - puede ser las dos cosas exclamó el Pablo, "chinguesumadre, y ya es tarde yo tengo miedo, ¿que tal si nos sale un muerto?, mejor vamonos pa la casa, mañana volvemos" -exclamó una voz entrecortada, en efecto la noche caía ya sobre nuestras espaldas, el temor nos hacia sus presas y el temblor de nuestras manos nos ponian en riesgo de destrozar la descomunal vasija. ¿Pero como irnos? ¿y que tal que a alguno se le ocurría volver antes que los demás?, teníamos que fijar una hora para volver juntos, no se valían las traiciones, pero si las desconfianzas, "¡Juremos!" -dijo alguien, y si; juramos, pusimos todos nuetras manos sobre el tesoro y solemnemente acordamos no decir a nadie ni contar nada, ni hacer referencia al paseo de esa tarde, mañana a las cuatro nos veríamos todos para llegar juntos, chin chin el que llegue primero...
Nos fuimos todos con la emocion a cuestas, nos mirabamos de reojo al separarnos, con la inseguridad de que el otro rajara, la maldita carcoma de la traición no nos dejó por un buen rato, hasta que cada uno llegó a sus casas.
Esa noche después de la cena luego de pensarlo mil veces y hacerme mil preguntas, lo decidí y rompí el juramento; le conte a mi tia Mariquita, era necesario que compartiera eso por si alguno de los otros nos traicionaba, era necesario que hubiera testigos de que era un tesoro de cinco, luego de haberselo dicho descansé un poco, y me fui a dormir, pero oh Dios! no pude!, la emopcion me incitaba ya a dar de vueltas. ya a levantarme, tentado estuve varias veces a ir al panteón antes de que me traicionara uno de los otros, ah, de no ser por mi cobardía! pero el remordimiento por mi falta al juramento hizo que mu conciencia no me dejara razonar, por fin gracias a no se que cansancios o atarantos me quedé dormido, al día siguiente, arrepentido de lo que hice y de mis malos pensamientos, decidí contarle a mis compañeros de equipo lo que habia hecho, entonces todos aceptaron con pena que también lo habían contado y que pensaron lo mismo y que habían decidido o no, pero no durmieron, así es que una vez lavadas nuestras conciencias nos dimos a la tarea de escarbar, nuestras miradas sonrientes se cruzaban a punto de las lágrimas por la emocion, casi estaba al descubierto nuestro ansiado tesoro, entonces sucedió: ¡logramos desenterrar la olla! y al levantarla cayo de nuestros dedos hecha añicos, pero no importaba, lo que valía era el contenido, esperabamos encontar por lo menos una fugurilla o malacates, que sé yo, escarbamos ansiosos la tierra que se desbordo del interior y ahi estaba; ¡NADA! solo polvo hasta los huesos del difunto se habian hecho polvo, seguramente era un indio pobre, pobre indio!

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