sábado, 29 de mayo de 2010

Luis castillo, el dragón rojo y los ojos orientales…

Luis era una tía muy divertida…

Bueno, para los que no captan todavía; Luis era un amigo de la infancia de mi madre, jugaban a las cazuelitas y las muñecas y él decidió que sería mujer cuando fuera grande.

Siempre me trató con deferencia y me hizo reír ante el disfrute de nuestras conversaciones, me juró ser mi tía para siempre por el cariño que se tenían el y mi madre. En una de las últimas pláticas por ejemplo; me habló de su pareja en ese entonces, éste era un hombre que poseía un bar en la “zona de tolerancia” de Mazatlán, llamado “El Dragón Rojo”, por cierto, en esos días su pareja estaba preparándose para una cirugía plástica mas, y a modo de guasa me dijo que ya parecía china de tanto jalarse la cara y ambos reímos divertidos por la ocurrencia, era verdad; los ojos de su pareja tenían apariencia de oriental.

El “dragón rojo” era como el castillo de la reina en donde la reina era mi “tía” Luis Castillo.

Cuando yo era niño y lo veía maquillado y tan despampanante, con lentejuelas, plumas y chaquiras, estolas, flores y blusas coloridas, me remitía a las películas de bailarinas exóticas y me reía hasta desternillarme por sus ocurrencias durante los carnavales inexistentes en Chametla, en los que se montaba en los remolques o en la trompa de los tractores aunque se quemara las nalgas, pero para lucir mas y sin perder la sonrisa, en los que recorría la calle principal agitando con parsimonia su mano en la que envolvía besos que arrojaba con simpatía a los parroquianos que en medio de risas y chacoteos atrapaban en el aire para colocárselos en donde les venía en gana.

Luego, nos fuimos; ella a hacer su vida al puerto y yo la mía a la capital, duré mucho sin saber de ella y cuando volví; la vi otra vez, cansada y vieja, visitando a mi madre su antigua amiga, su amiga de siempre, en donde me recalcó que era mi tía aunque me diera vergüenza, a lo que aclaré que nunca me daría vergüenza su “tialdad”, porque le tenía un aprecio desmedido por el solo hecho de apreciarme como apreció a mis hijos cuando los conoció, a mi madre a pesar de los años y a mi, a pesar de la distancia.

En sus ultimas visitas me insistió a que le visitara -“Claro; con el permiso de tu mujer y dile que no se preocupe, que estas en buenas manos”-, prometió presentarme a las dos mejores “muchachas” del “Dragón Rojo”, ¡ah! Y las bebidas corrían por cuenta de la casa, prometí que si; que iría un día cualquiera, uno de esos…

Pero no; nunca fui, no soy adepto a los centros nocturnos, no más, aunque pude hacerlo para darle gusto. Y nunca fui.

Estaba radicando en Guanajuato cundo mi madre me dio la noticia; Luis Castillo estaba muerto, por cuestiones de trabajo no estuve presente en su adiós definitivo, pero supe que de Mazatlán –directo desde “El Dragón Rojo”-, llegó a Chametla un camión repleto de travestis, algarabía y colores, de festividad gracia y afecto, sensibilidad, cariño sin condiciones y fraternidad, un camión de amigos para despedirse, para llorar sinceramente, para reír ante el recuerdo y llorar ante el adiós.

Me dolió, si; me dolió, tal vez sea por eso, por lo que cuando paso frente al “dragón rojo” y lo veo casi abandonado, supongo que sigue en funciones y revive de noche pero no lo sé, lo que sé, es que cuando voy a Mazatlán y paso por ahí, irrumpe en mi la nostalgia, la tristeza de no haber tomado una copa en su castillo, en el de la reina Luis, mi “tía” Luis Castillo.

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