viernes, 5 de febrero de 2010

ANDREA Y ODILÓN


Botaira siempre ha sido un pueblo tranquilo pero eufórico, donde pasan las cosas menos esperadas, con sus calles llenas de sol y sus noches repletas de estrellas, verde como el olor agrio del arrayán y oloroso a mangos y guayabas, todos ahí se conocen, las noticias vuelan aunque sean buenas, todo ahí se sabe, nadie está exento de nada, pero con todo y eso Botaira no deja de ser un lugar maravilloso; la vida trascurre lenta, pausada, arrastrando de día el arrullo de los enjambres de abejas y de noche el chillido de los grillos…

Andrea era muy bella, así como dicen que son los ángeles, pero tenía un alma traicionera, Odilón era bueno, pero tenía cara de estúpido, como si el sereno le hubiera enmohecido el seso, eran así, ni mas ni menos y para describirlos no existían términos medios.

Una vez llegó de muy lejos una noche salpicada de copechis y arrojando desde el barco de los sueños, la más terrible pesadilla, llegó cansada y oscura –más que otras veces-, las trasparencias sórdidas y negras de su cielo cubrieron tenebrosas al pueblo.

Cuando la oscuridad vistió de luto los aleros colorados y cuando los sapos se habían cansado de llamar a la lluvia y el silencio había vencido al ruido; la sombra sigilosa de Andrea se escabulló entre la brisa y el viento, caminó a paso rápido la calle adoquinada que llevaba al mar, y cuando hubo pasado la última casa, sin mirar hacia atrás corrió y corrió como endiablada hasta que alcanzó a distinguir la luz sonrojada de la casa de Brígida, entonces respiró tranquila, caminó despacio, se acicaló insistente hasta llegar a la puerta que la esperaba abierta de par en par, dio un paso adentro y se la tragó la luz para dejarse envolver por las notas amargas de la vieja gramola, en tanto allá en su cama larga y fría, Odilón con la mirada salada y húmeda se perdía en el sueño.

Al otro día la noche volvió fría y aún mas oscura, mas cómplice de Andrea…
Otro día se volvió cálida y sublime.
Andrea víctima de esas noches sembraba placer en la esperanza de cosechar dinero…

Resulta que una de esas noches, de esas frías y pesadamente maravillosas como la muerte. Andrea como siempre se extravió triste y ambiciosa en aras de sublimizar su ideal, no importaba si en el intento arrastraba a banqueros llegados de otras tierras, policías o ladrones que llegaban unos en persecución de otros y se daban una tregua en Botaira, ella no hacía distingos, parecía haber perdido el amor a la vida pues huía por la puerta de la degeneración y el vicio con la misma ansiedad que Odilón anhelaba convertirla en una reina.

Era tan intensa esa terquedad, que parecía querer insultar a los pordioseros y las putas que pululaban por el camino que se elevaba enfrente de la casa color bermellón, pues nadie había ofrecido ni recibido tan insistentemente tanto placer, su carne parecía no magullarse y el dinero parecía florecer en la palma de su mano o en el cálido monte oscuro de su pubis: el mito de que eran una pareja perfecta empezaba a desmoronarse, ya el chisme corría por los callejones como un secreto a voces…

Odilón mientras tanto ignoraba tan dolorosa verdad, protegido por el escudo de sus sueños no se daba cuenta de su vergüenza, el seguía zambullido en sus ilusiones, como un delfín, perdido en sus anhelos, igual que los pájaros del monte con su plumaje brillante, repleto de colores radiantes. Volaba en el espacio sin miedo hasta el infinito y veía a Andrea desde tan alto,tanto, que no podía apreciar la realidad y eso era bueno, porque esa realidad era la más trágica oportunidad que existía para hacer tolerable el ridículo al que estaba expuesto, así vivía ignorándolo todo.

Andrea se vestía de danzas trágicas y músicas de ensueño con tonos altos que cantaban su mentira.

El pobre Odilón estaba muy lejos de imaginar que el futuro le deparaba un final trágico, pues un día vendría del cielo un pájaro enorme que lo elevaría días de distancia, mas alto que sus fantasías, que le tomaría entre sus garras y cuando estuviera herido de muerte, le soltaría, le dejaría caer hasta estrellarse en el suelo y toparse con la verdad… una noche de un día de esos.

Un sábado de septiembre, sentados a la mesa, Odilón se sorprendió observando detenidamente a Andrea como si hubiera descubierto en su presencia algo diferente, detuvo sus ojos fijamente y notó que ella envejecía con rapidez, como si no le interesara esperar al tiempo –extrañamente él se conservaba joven, igual que siempre-, se dio cuenta de que le empezaban a faltar los dientes y la mirada la tenía opaca como gargajo en tanto sus ropas se veían alegres y su ambición –algo que él no veía-, era infinita. Era como si no lo entendiera o no quisiera averiguar razón alguna, le amaba sin más ni más. De lo que si se dio cuenta fue de que sus pechos se desbordaban incontenibles del sostén, algo que no recordaba haber visto antes, ni en sus mas tímidas fantasía eróticas, notó que se había trasformado al grado de no parecerse en nada al retrato que tenía en el buró, pero eso le agradó, por lo que dibujó en su cara una mueca de malicia y se quedó arriba en su nube, nunca debió de ocurrir, debió mirar fijamente, probablemente habría descubierto algo doloroso, pero para él era mejor no ver hacia abajo, finalmente el secreto de su juventud estaba en su bondad y en las cosas que ignoraba, siempre había tenido conciencia de que las mujeres –como el dinero-, tienen dos caras; una en la que se esconde inevitablemente una gama inmensa de silencios, mientras que la otra, la que todos los hombres vemos, grita a boca abierta sus misterios, por eso es que la verdad de ellas siempre saldrá a flote.

Una madrugada fría y oscura, se oyó el mudo cacareo de las gallinas y el ansioso rumiar de las vacas. Los perros silenciosos se mordían las colas unos a otros y los marranos dejaron de roncar allá en el chiquero, se oscureció de una manera muy intensa; se apagaron las estrellas y la luna se estremeció, como si presintieran lo que estaba por llegar, los olores del corral y los aromas que arrastraba el viento se suspendieron, en su cama Odilón emitió un sollozo –afuera un borracho tarareaba una canción-, no podía acomodarse en la cama, se sentía hueco, como que flotaba, se sentía como cualquier ente de esos que la fantasía popular llevaba y traía tanto por las calles del pueblo, no sabía si era un ángel o un demonio, estaba como en el limbo la cosa es que era o muy bueno o muy tonto, depende…

La puerta se abrió y dio paso a Andrea, las paredes de la habitación se ruborizaron y la cama pujó para sus adentros y no prorrumpir en llanto, pues de todos era sabido que una cama no llora; ahí estaba ella hermosa como siempre, como nadie, radiante con sus dientes perlados y sus ojos tornasol, toda ella resplandecía, curiosamente eso ocurrió solo por un instante, porque repentinamente, de la manera mas absurda se apagó. Sus uñas fueron cayendo una a una, su peluca yacía inerte sobre el respaldo de una silla azul y en un vaso transparente su dentadura sonreía siniestra en tanto su mano izquierda temblorosa colocaba en su estuche los lentes desechables que había comprado con descuento en Chametla o Mazatlán, ya ni se acordaba -para el caso daba lo mismo-, en ese instante fue cuando Odilón la vio; pálida, transparente, carente de todo y corrupta como su propio fantasma, como el espectro de la belleza y de la arrogancia que antes le caracterizaban, extendió la mano sin creerlo, quiso tocarla, extendió la mano inútilmente, jamás concretó su deseo de alcanzarla…

Había abierto los ojos y clamó como en éxtasis;
¿Eres tu? ¿Eres la mujer a quien quiero tanto?
La pesadilla se volvió palpable sin remedio alguno, sin ningún remedio de develó la verdad ya todo estaba muy claro, por fin la vio sin máscaras, se sentó incrédulo bajo las sabanas y una fuerza poderosa lo inundó.

Andrea quiso suplicar de rodillas pero su alma se inflamó de orgullo, el pueblo se quedó callado repentinamente en la esperanza de escuchar sus sollozos, solo se escuchó un;
–¿¡Porque!?“ que sonó como un alarido, también se escuchó el estallido de una bala que atravesó el espacio y súbitamente se alojó en el corazón de la mujer partiéndolo en dos, ella cerró sus ojos cansados para siempre, nunca más volverían a derramar otra lágrima.

Aquel amor como pocos moría súbitamente y quedó tirado junto a Andrea a los pies de la cama, también desnudo e impotente, arrastrándose como en un lodazal…

1 comentario:

Anónimo dijo...

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